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La única manera de vencer tus miedos es darles la cara ¡enfrentándolos!
No hay nada que nos paralice más que el temor y podríamos decir que éste es, quizá la mamá ó el papá de todos los males.
Oscar Wilde decía: La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse.
Allan Percy dice: «Si estamos dispuestos a mirar a la cara lo que tenemos, acabaremos por tener el control de lo que nos angustia.»
Por ello quizá es por lo que los psicólogos recomiendan exponerse progresivamente a aquello que s e teme, y por ello el mismo Percy recomienda «primeramente, analizar si los miedos tienen una base racional ó son temores que nacen de la propia mente. Y, ante un miedo fundado, preguntarnos si nuestra respuesta es proporcionada a la situación; y, por último, si esta señal tiene una cuestión práctica».
Sin restar importancia a lo demás, pero me parece que lo último es lo que más nos puede ayudar en esta guerra contra el temor, racionalizar cualquier cosa que nos lo provoque y reflexionar acerca de ello.
El miedo también puede ser una alarma para estar atentos frente a algo, pero definitivamente no trae nada bueno. Si entendemos cómo funciona la mente humana, nos daremos cuenta de que, si no queremos que nos sucedan aquellas cosas que tememos, simplemente tenemos que erradicar el miedo de nuestra vida. Hay un dicho de la sabiduría popular que dice: «Aquello que temí vino sobre mí».
Y el contenido del refrán es perfectamente entendible, ya que la mente humana funciona de la siguiente forma: Aquello que pensamos terminamos por sentirlo, y aquello que sentimos terminamos por integrarlo a nuestra propia convicción; y en el momento en que estamos totalmente convencidos de algo, lo manifestamos en nuestra vida. Esto es una ley que funciona siempre así, sin excepción.
Entonces debemos controlar el miedo y cambiar el pensamiento ominoso por uno positivo; de otra manera terminaremos por expresarlo. Por el contrario, si tememos algo y lo enfrentamos racionalmente y vencemos el temor, en el momento en que lleguemos a la conclusión de que estamos a salvo, de que aquello a lo que temíamos no nos va a afectar, en nuestra vida y en nuestras actitudes eso mismo; «estoy bien y a salvo».
Lo anterior, no quiere decir que lo mejor es ser un temerario, ó un inconsciente; tampoco significa saltarse la inteligencia, pero el mejor antídoto contra el miedo es el pensamiento correcto y confianza en el bien.
Otro aspecto que debemos entender es que la ley de causa y efecto funciona siempre, y que no somos seres indefensos a la deriva y a merced de las circunstancias; que somos Causa, y la principal causa para nosotros mismos; que podemos incluso cambiar nuestra circunstancia, y que nosotros somos los responsables de cualquier cosa que nos suceda.
Finalmente, cuando surja un temor, lo ideal es enfrentarlo racionalmente y de manera analítica; convencernos de que podemos controlar la situación y nunca dejar que nuestro componente emocional nos lleve al sentimiento de que ese temor; sea hará realidad, sino, por el contrario, convencernos hasta lograr el sentido de seguridad que abata ese temor, por lo que terminemos sintiendo y concluyendo que nuestra vida será lo que expresemos.
«Se impecable con tus palabras», nos recomienda Miguel Ruiz en su libro: «Los cuatro acuerdos». No podría estar más de acuerdo con él, ya que a veces podemos decir cosas que pueden herir profundamente a alguna persona y si debemos cuidar nuestras palabras, aún más nuestras acciones.
Me parece que a veces no medimos el alcance de nuestras acciones y no nos damos cuenta que el daño que podemos causar, incluso a nuestra gente más querida, puede ser para toda la vida.
Cuando la gente confía, se vulnera, confiarse en una persona implica hacerse vulnerable y de alguna manera ponerse en manos de alguien más y mientras más confianza depositen en nosotros, más responsabilidad contraemos con esa persona.
Cuando nos confiamos en alguien, nos estamos poniendo en manos de esa persona, de cierta manera se vuelve nuestro «Buddy».
Me explico: Los americanos, a los soldados que enviaban al campo de batalla en la guerra, les encargaban la tarea de cuidarse mutuamente, de cubrirse las espaldas de manera reciproca y a esto se le llamaba «Buddy».
Y sí, nuestra gente más cercana, de alguna manera, cuando se confía en nosotros, nos hace, por ese simple hecho, adquirir una gran responsabilidad. Debemos cuidar y garantizar que su vulnerabilidad está a salvo con nosotros. Debemos ser confiables, garantizar «que seremos impecables con nuestras acciones».
Si una persona puede causar un daño con su palabra, éste es mínimo comparable con el que puede causar una acción y más si ésta implica traicionar la confianza de nuestros seres más queridos.
Yo pienso que no hay que ser egoístas y debemos ser cuidadosos, ya que lo que para nosotros puede ser algo sin trascendencia para nuestra gente más querida puede ser una herida que le duré toda la vida.
Y si bien a través de la magia del perdón se puede lograr, olvidar el hecho, difícilmente se va a recuperar la confianza.
José Luis Martín Descalzo escribió un artículo en el que enviaba una carta a la persona que se había metido a robar a su casa y le decía: » Querido Ladrón, siento decirte que me robaste mucho más de lo que tu crees al profanar mi casa y hurgar entre mis cosas, no encontraste nada de valor material, pero me robaste algo mucho más valioso y de difícil reposición… la confianza.
Por ello «seamos impecables con nuestras acciones» y estemos conscientes que perder la confianza de nuestros seres más queridos es quizás una de las cosas que a la larga nos duela más perder a nosotros y aún más a aquella que puso su confianza en nuestras manos.
Dicen que en la forma de pedir está el dar y yo creo que en la forma de pedir perdón está el perdonar.
Porque sólo existe una forma de pedir perdón y es con el corazón, desde abajo, con humildad, con verdadero arrepentimiento. Cuando se pide perdón así, definitivamente nobleza obliga y ello lleva forzosamente a la magia del perdón.
Me he dado cuenta que a veces perdonar simplemente fluye y se hace la magia cuando se reúnen la humildad y el arrepentimiento desde el fondo del corazón del que lo pide, junto con el ingrediente de la grandeza de la persona que perdona, que lleva imbuido el factor de la empatía, la comprensión y la caridad; cuando todo esto ocurre, es realmente mágico y deriva en un acercamiento de las almas aún mayor del que había antes de que ocurriese todo el proceso de la herida, la curación y la cicatrización de la misma.
El problema es cuando se pide perdón por el mero trámite de pedirlo, por cubrir un requisito; aquí es donde se complican las cosas, porque es difícil para el que pide perdón sin realmente sentirlo, pero aún más para aquel que resultó ofendido, porque en todo ello falta el ingrediente esencial que nace del sentir. Yo diría que pedir perdón sin sentirlo, por el mero trámite de pedirlo, definitivamente es un sinsentido.
Pero aún peor es, cuando se pide perdón por obligación; cuando además de no tener esa convicción ni sentir esa necesidad de pedir perdón, se tiene que hacer por obligación o por conveniencia, porque la situación o las circunstancias así lo exigen y la persona que lo hace no considera en el interior que necesite hacerlo. En éste caso, seguramente, el proceso de disculparse y conceder esa disculpa se convierten en un formalismo que distorsiona por completo la magia del perdón.
Es por ello que la magia del perdón, en mi concepto, sólo tiene una forma y esa es la del sentir, la que se hace de alma a alma, de corazón a corazón y cuando se da, es realmente bello, es algo mágico y que tiene el poder de sanar cualquier herida.
Lo paradójico de todo esto, es que, por bellos que sean el proceso y la magia del perdón desde el corazón, el verdadero beneficio del perdón estriba en no guardar rencor, en descargar cualquier peso que se cargue por este concepto.
Esto nos lleva a que, independientemente que la persona que nos ofende, nos pida perdón o no y lo haga desde el corazón, la verdadera forma de vivir… De vivir en el amor, es cuando tenemos la convicción de que ¡no tenemos nada que perdonar!
Nadie nace sabiendo. La sabiduría es algo que se adquiere; la vida está llena de enseñanzas y el ser humano transita por un camino que le deja huella a través de su caminar.
Pero lo curioso es que estamos acostumbrados a utilizar la expresión “dejar huella”, justamente cuando alguien deja marcado el camino a su paso y en la vida, son pocos los que dejan huella en el camino, más bien, paradójicamente es el camino el que deja huella en nosotros y no es lo mismo transitar por una calle pavimentada, por un camino de tierra, por un camino empedrado ó incluso a campo traviesa, por donde ni siquiera hay una vereda. La experiencia no es la misma y nos deja una huella distinta un camino que otro.
La experiencia que vamos adquiriendo en la vida nos va marcando; ese acumular de sabiduría tiene un precio y muchas veces la moneda de cambio es el dolor y el sufrimiento y esto de ninguna manera significa que esta vida sea un valle de lágrimas.
Confucio (filosofo chino 551 AC – 479 A.C.) decía que: «Hay tres maneras de aprender y ganar sabiduría, por medio de la reflexión, a través de la imitación y por supuesto mediante la experiencia». La primera, a través de la reflexión, resulta la más noble y natural; la segunda, por imitación, definitivamente es la más sencilla y la tercera, por medio de la experiencia, la cual resulta ser la más amarga, pero sin duda, la que más nos marca y nos enseña.
Me parece que es un hecho que el aprendizaje se fija aún más cuando conlleva un precio; bien dicen los americanos: «No pain… No gain» – si no hay dolor no hay ganancia-. Sin ser melodramáticos podemos aseverar que cuando un individuo sufre a consecuencia de cierta circunstancia, termina por aprender algo que difícilmente olvida.
Y no en balde Oscar Wilde decía que: «drama más tiempo igual a comedia»; es decir, que muchas de las cosas que en un momento dado nos hicieron sufrir, a través de la lente y la perspectiva que nos da el tiempo, las vemos con más claridad e incluso con sentido del humor. Esto lo debemos considerar cuando estemos pasando por una situación complicada o incluso desesperada, ya que, el dramatizar sólo nos hará más complicada la experiencia y en cambio, si aprovechamos esa vivencia para adquirir un aprendizaje, al final del episodio, habremos logrado mayor sabiduría.
Esto me lleva a pensar en cuan cierto es lo que expresaba William Shakespeare al decir: «Nada es bueno ni malo… el pensar lo hace así», una declaración fuerte pero totalmente cierta, así.
Hace algunas semanas en un curso de desarrollo humano, se creo una polémica cuando un instructor nos aseguraba que, ante cualquier cosa que nos pudiese ocurrir en la vida, debiésemos considerar que: «el evento es neutro» y que dependía totalmente de como lo viésemos, para que al final del día dicho evento terminara afectándonos, ya sea de manera positiva o negativa. Mucha gente no estuvo de acuerdo, pero si profundizamos sobre el tema y analizamos fría y objetivamente, captaremos el significado de lo que menciona Shakespeare cuando afirma que: «Nada es bueno ni malo, el pensar lo hace así».
Me parece que no es fácil de asimilar, ya que, tenemos tal bagaje de aprendizajes por llamarlos de alguna manera «tradicionales» y se requiere en verdad de mucho entrenamiento para entender que, cualquier cosa que nos suceda no es ni buena ni mala y que depende solamente de nosotros el significado que le demos al evento y si aprendemos de él o no.
Por otra parte, debemos tomar conciencia de que todo sufrimiento conlleva una enseñanza y buscarle el lado positivo a las cosas, para estar consciente de que la experiencia tiene un precio y si sabemos sacarle provecho, el precio que pagamos por obtenerla es algo que en verdad vale la pena pagar.
Dice la sabiduría popular que: «Nadie experimenta en cabeza ajena» y yo creo que no necesariamente es de esa forma, ya que, a mi juicio, los más inteligentes sí lo hacen y no necesariamente debemos pagar el precio requerido por aprender llevándonos todos los golpes, sobre todo en aquellas experiencias en las que el precio que se paga es alto. Cuando la marca que nos deja el camino es a todas luces considerable, digamos al grado de poder llamarle una cicatriz, es cuando me convenzo de esa frase que la sabiduría popular ha acuñado y que dice: «La Experiencia es una luz, que alumbra quemando».
En nuestro bello e interminable proceso de desarrollo como seres de energía, inteligencia y espirituales que somos, en donde vamos descubriendo a través del entendimiento, que la vida siempre es buena, abundante, generosa, bella, eterna e ilimitada, se nos van presentando innumerables experiencias que conllevan aprendizaje; algunas claras, otras apenas perceptibles y otras, por el momento imperceptibles a nuestra mente debido a su nivel actual de desarrollo.
Generalmente aprendemos a través del ejemplo y de la repetición de lo que vemos en nuestros modelos naturales, padres y maestros, sin percatarnos que es posible que aquello que nos enseñan, como dice Serrat, con la leche templada, con todo el amor y con la mejor intención, no necesariamente es correcto, óptimo y ni siquiera deseable. Sobre todo, cuando la gran mayoría de la gente coincide en ciertos criterios, por el simple hecho de que por siglos y de generación en generación se han venido transmitiendo dichos paradigmas de una manera aparentemente natural y se han considerado adecuados.
Por razón natural de que la mente no acepta lo equivocado, los procesos aprehendidos desembocan invariablemente en sufrimiento y frustración. Ese es el caso desafortunadamente en muchas ocasiones del Amor a la humana.
Antes de continuar con la reflexión me gustaría aclarar el porqué del titulo «Amor a la humana» y es que el calificativo -a la humana- se utiliza mucho por los metafísicos para definir la forma en que se ven ciertas cosas, desde la perspectiva del mundo de las personas que hemos sido enseñados de esa forma, justamente – a la humana- es decir invirtiendo causa y efecto, equivocando el sentido correcto, debido a una mala enseñanza.
De tal manera, que nos han enseñado a amar, en mi opinión, de una forma equivocada y eso no significa que el Amor sea malo, por el contrario, el Amor aun cuando sea a la humana siempre purifica el alma, es el sentimiento mas natural y siempre mejorará al mundo. Sin embargo, el Amor a la humana, ese que equivocadamente se nos ha enseñado, es el que jamás podrá darnos una sensación de plenitud permanente.
Si enfocamos nuestra atención en el amor de pareja, suele suceder, que en la etapa inicial del enamoramiento, en donde todo es bello y ambos se entregan casi sin expectativa al otro, se obtiene una sensación que pudiese asemejarse a la plenitud, sin embargo, con el tiempo, comienzan las decepciones y los tropiezos y es por ello, que mucha gente, equivocadamente, termina por buscar a alguien más, buscando que le proporcione esa sensación de enamoramiento de las etapas iniciales.
El único Amor que se pudiera parecer al Amor Universal es el Amor que es prodigado de padres a hijos, pero ese amor ni siquiera lo podemos comprender en toda su dimensión hasta que pasamos nosotros mismos por la experiencia de ser padres, pero en cualquier forma distinta a esa, siempre hay una doble intención que acompaña al sentimiento natural.
Pero continuando con el amor de pareja, la enseñanza va enfocada como tantas otras cosas en la vida, a mi juicio, de una manera equivocada, compleja, yo diría francamente equivocada, pero una vez que se ha arraigado en nuestro ser, es muy difícil desprenderse, debido a que hemos aceptado esas creencias como propias, como verdaderas y correctas.
Nos van enseñando un concepto de Amor que no es que sea malo, sino que es de alguna manera incompleto, imperfecto y por ende no puede ser pleno.
Nos han enseñado que somos imperfectos, impuros, pecadores, dependientes, limitados e incompletos y a esperar una reciprocidad de la pareja que de alguna manera, termina por convertirse en un acuerdo bilateral de voluntades, que en vez de mirarse como una forma pura de amor en la que ambos se entregan a la relación por voluntad propia, en el que basan su amor en la elección, enfocándose en lo que uno ofrece y no en la renuncia o peor aun centrándose más en las exigencias hacia la otra persona, de una manera egoísta y yo diría que degradando el amor a una especie de negociación.
Para tratar de comprender la enorme diferencia entre el Amor a la humana y el Amor Universal podríamos intentar hacer una analogía con las etapas del desarrollo de la conciencia ética del pensamiento de Lawrence Kohlberg, que en alguna ocasión le escuche a Eduardo Garza Cuellar en su conferencia sobre la novela de » Los Miserables» de Victor Hugo y nos habla de seis etapas en el desarrollo de la conciencia ética, las cuales van de la más baja a la más alta en jerarquía e importancia y podríamos analizar a la luz de dichas etapas, el tema del Amor de pareja y como éste es demasiado amplio, podríamos precisar a través de un ejemplo como el de la fidelidad a la pareja:
1.- La primera etapa del desarrollo de la conciencia ética, según Kohlberg, es la ética del premio y el castigo en donde el agente ético no está en uno mismo, sino en un tercero, quién es aquel que va a premiar o castigar dicha conducta, así la decisión de una persona de serle fiel a otra, estaría basada en si lo descubren o no y en el temor al castigo que podría recibir por ello.
2.- El segundo nivel es el de la ética de mercado, de la ética de la conveniencia, – si me da más de lo que me quita es bueno, si me quita más de lo que me da es malo- así la decisión de ser fiel de una persona, estribará en un juicio de lo que se puede perder y de lo que se puede ganar con un hecho determinado, en función de lo que se arriesga y lo que aparentemente se gana, claramente es un tema de costo-beneficio.
3.- El tercer nivel es el de la afiliación, de la membresía, es decir, se basa en la relación con un determinado Grupo de pertenencia. Lo que fortalece al grupo será premiado, por el contrario lo que debilita a dicho grupo será castigado por el mismo. En éste caso el elemento ético sería ese grupo de afiliación, sea cual fuere y ése sería el punto que influiría en el individuo para serle fiel o infiel a su pareja. la forma en que generalmente premia o castiga el grupo a través de la jerarquía, ascensos y degradaciones, hasta llegar a la exclusión.
4.- El cuarto nivel es el de la norma, el de la leyes y tiene que ver con lo que dice la norma escrita -el derecho positivo e incluso los convencionalismos sociales y las tradiciones- Este es un grado superior a la tercera etapa, debido que es de observancia general y no sólo de un grupo. Quien atiende a esto en el ejemplo cuidaría no cometer un delito como lo es adulterio, el cual es tipificado en el código civil.
5.- La quinta etapa es la ética de la autonomía, en la que la persona no sólo tiene el nivel de conciencia para analizar si una ley es justa o injusta, en el caso de ser justa, la cumplirá pero será porque así lo que dicta su propia conciencia y en el ejemplo que nos ocupa la persona será fiel a su pareja independientemente de los motivos señalados en cada una de las etapas posteriores, por el deseo de serlo, en ésta etapa y en el más alto nivel del amor a la humana, el individuo se entrega por gusto, por amor, independientemente que esté de acuerdo o no con cada uno de los puntos mencionados en las etapas anteriores. Pero el hecho de su fidelidad va a ser consecuencia principalmente de su elección y no de la renuncia, porque ni siquiera se cuestionaría la posibilidad contraria.
Pero por más bello que suene lo anterior, aún en el máximo nivel de ésta etapa, el Amor sigue siendo imperfecto a mi gusto y aunque muchos de nosotros, no nos imaginaríamos la necesidad de una sexta etapa en el desarrollo de la conciencia ética la hay y es justamente la etapa del Amor Universal.
La Vida es buena y perfecta y el Amor es Universal. Aunque nos hayan enseñado a amar a la humana ese amor de intercambio, de condiciones, de apegos, de cadenas, y de títulos de propiedad.
El mundo sería otro si la gente amara más y juzgara menos, si el amor que profesamos fuera incluyente y no excluyente, si estuviese más fundamentado en la aceptación en lugar de en la censura, si el enfoque fuese más hacia dar que a recibir. Valdría la pena reflexionar en ello, tenemos el mejor ejemplo a seguir, alguien que amó profundamente a su prójimo, ya sea que estuviera a favor o en contra de su enseñanza, alguien que jamás se basó en estatutos ni en exclusiones, alguien que amo a propios y extraños por igual, alguien que fue juzgado, maltratado y asesinado por los «buenos» de esa época. Yo reconozco que por más intentos que hago por dejar de amar a la humana, me descubro día a día, volviendo a caer. Podemos acomodarnos a lo conveniente, a mi zona de confort o podemos hacer un esfuerzo por ir más allá y tratar de ensanchar nuestra alma, al final depende sólo de nosotros elegir la manera en la que amamos.
En la vida, muchas veces se confunde, cuando hay que tener valor para hablar y cuando se requiere todavía más valor para callar. Es una elección compleja, sobre todo cuando las entrañas nos queman por decir algo, que nos corroe por dentro, al optar por no decirlo.
Me parece que no sólo es cuestión de valor, sino de inteligencia, para lograr discernir adecuadamente entre callar y dejar fluir un sentimiento que puede ser de rabia, de coraje; cuando es una necesidad el expresar lo que sentimos, sobre todo si la injusticia o la estupidez son las que reinan en una situación o momento determinado.
Sin embargo, no pueden ignorarse contextos y jerarquías… y es aún más delicado tener el valor para hablar, vencer el temor, dejar aflorar los argumentos, cuando uno se confronta a una persona cuya seguridad y respaldo deriva de una posición determinada. En esta circunstancia, un prejuicio, un desconocimiento de los hechos, una distorsión perceptiva, pueden ser tan difíciles de confrontar.
Cabe mencionar que además esas posiciones jerárquicas a veces se obtienen más por el azar que por el esfuerzo y en ese caso, es más usual que no exista en la persona que juzga, la templanza y el equilibrio que tiene la gente que lo ha logrado con el trabajo y se ha forjado en el crisol de la vida, atesorando la enseñanza que deja la vida laboral cotidiana.
En otros casos, aún cuando esa posición se ha ganado a base del esfuerzo, al carecer de sabiduría y humildad, se acumula amargura y se utiliza el poder inherente al estatus para descargar frustraciones, que son reflejo de la soberbia y un pobre entendimiento.
Frente a esa relativa desventaja ¿qué hacer?, ¿hablar y argumentar o callar? ¿Es cuestión de valor o de inteligencia? Por una parte se requiere audacia para arriesgar la propia posición, expresando una replica que puede generar ira en aquel que prejuzga injustamente.
Pero también se requiere de valor para callar cuando uno está harto de escuchar, de ver como desde un pedestal y con total ligereza se puede condenar algo o a alguien, de manera por demás injusta. Aquí es donde la inteligencia debe prevalecer, no por cuidar una posición, ni por «no arriesgar», sino, por confiar en el bien, confiar en las leyes naturales de la vida…
Quizás no sólo sea cuestión de valor o de inteligencia, quizás se requieren las dos. Por eso no debemos prejuzgar una situación, por eso es tan importante observar; por eso lo más importante es tratar de comprender, desde múltiples ángulos. Si tenemos que emitir un juicio, no olvidemos un gran valor que nos va a ayudar siempre a comprender mejor, a sopesar adecuadamente una situación y seguramente a actuar de la mejor manera… ¡la humildad!
Cuentan que en una ocasión un viejo jefe de la tribu Cherokee enseñaba a los niños sobre las cosas de la vida, cuando de repente les dijo: Hay dentro de mí dos grandes lobos y libran una guerra terrible y quiero que noten que lo mismo ocurre en cada uno de ustedes, de hecho en cada ser humano.
Uno de los lobos representa el amor, el otro representa el miedo y están en guerra…
Los niños quedaron sorprendidos y durante unos minutos se quedaron sumidos en sus pensamientos, reflexionando sobre ello, denotando ansiedad y preocupación.
Hasta que uno de los niños preguntó al anciano: ¿sabes cual de los lobos ganará? El jefe respondió: ¡Ganará …aquel, al que tu alimentes más!
Es importante saber que eso es una realidad y que la elección está en cada uno de nosotros, que soy yo quién elige si quiero vivir y alimento más al lobo del amor o alimento más al lobo del miedo, la diferencia en nuestra vida va a ser enorme.
Si elegimos alimentar al amor, ello nos llevará a desarrollar nuestros sentimientos de la manera correcta, nos llevará a ser felices y disfrutar la vida a tope logrando lo que verdaderamente es vivir. Pero si caemos en las malas enseñanzas que hemos que vamos recolectando en nuestro paso por la vida y alimentamos al miedo, acabaremos sobreviviendo, sufriendo a través de todos los sentimientos negativos que derivan del miedo: el apego, el rencor, la culpa, los celos y cualquier otro sentimiento negativo.
Nuestros sentimientos derivan de nuestros pensamientos y estos pueden ser correctos y armónicos o por el otro lado, incorrectos y equivocados, pero es importante entender que soy yo y solamente yo, el responsable de lo que pienso y de lo que siento, que no importando el estímulo que yo reciba, al final del día, yo decido qué pensar y por ende que sentir, nadie más es responsable de esto.
Nos han enseñado a no tomar responsabilidad de nuestros sentimientos, ya que cuando por una acción de alguna persona o por cualquier situación, nos llega un estímulo, inmediatamente responsabilizamos a esa persona o situación, de lo que sentimos, lo cual es una equivocación, eso es una elección propia.
Además creemos que si alguien actúa mal con nosotros albergar un mal sentimiento en contra de esa persona, nos da cierta ganancia o le hace daño a esa persona, entonces lo vemos hasta como una cierta defensa nuestra, lo cual es un error, a la única persona que el rencor le hace daño es a aquel que lo siente.
Es bueno saber que el jefe Cherokee tiene razón y que de esa lucha interna que libran esos lobos dentro de nosotros, ganará aquel lobo, al que yo alimente más!.
Cada día me impacta más que tantas personas se depriman… y no quisiera pensar en las múltiples causas que pueden provocar este malestar emocional… Pueden ser tantas los factores causales, al cual nuestro mundo actual llamado de la post-modernidad, nos somete para que esto suceda, que prefiero abordar el problema desde un punto de vista positivo y enfocarme en la medicina y no en la enfermedad.
Cuando pienso en un recurso ideal para resistir o superar la depresión, no puedo más que pensar en la motivación. Por definición y formación, trato de solucionar cualquier problema desde mi interior y eso me lleva de manera obligada a la auto-motivación.
Es un hecho que puede haber muchas formas de motivación, pero ninguna tan útil, tan real y tan efectiva como la auto-motivación. Sin duda, porque nadie nos podrá motivar mejor que nosotros mismos, nadie nos conoce mejor y nadie puede tener mejor control sobre una vida que él que la está viviendo. Sin embargo, lamentablemente, mucha gente no tiene claridad en relación con esta verdad y se siente a expensas de las circunstancias y de las situaciones externas a su persona.
El punto es que como muchas cosas en ésta vida, la solución es interior y siempre que se piense equivocadamente que se está sujeto a causas externas, ya sean personas, cosas o situaciones, se pierde el verdadero poder, el ser causa para nosotros mismos. Pero como todo, esta vida es paradójica y lo cierto, es que muchas veces confundimos la sustancia con la forma o peor aún, la causa con el efecto. Cuesta mucho trabajo desaprender cosas o ir contra la lógica de pensamiento a partir de la cual nos hemos formado.
Lo grande del ser humano es que somos como una computadora poderosa y, compleja, pero tiene una gran ventaja, siendo auto-programable. Saber que todo está en nosotros y que no dependemos de nada ni de nadie externo para lograr cualquier objetivo que nos pongamos, es realmente motivador.
Por ello cuando caigamos en la tristeza en la des-motivación, en la apatía, debemos saber que nosotros podemos cambiar cualquier circunstancia en nuestra vida y que si algo no lográsemos cambiar, por lo menos está en nosotros determinar la manera y la perspectiva con la que queremos mirar la vida y cualquier circunstancia que la misma nos presente.
Es importante tomar en cuenta que los amigos siempre deben de jugar un papel de gran importancia en el acompañamiento tanto en el momento de alegría y aún más en el de tristeza. Si nos descuidamos la misma puede derivar en la depresión, pero si bien nos pueden apoyar con ese pequeño empujón que nos de un rayo de luz, que nos de la fuerza necesaria para tomar vuelo y cambiar nuestro estado de ánimo, la decisión termina siendo nuestra y es sólo de dentro hacia afuera como se logra el objetivo.
Así que no esperemos que la motivación venga del exterior. Si bien hay cosas que suceden en la vida y que aparentemente no son causadas directamente por nosotros, no cedamos ese gran poder que tenemos en relación con nuestra vida, seamos dueños de nuestras acciones, definamos cómo queremos ver la vida y actuemos en consecuencia. Debemos de tener presente en todo momento que somos los dueños de nuestra actitud y de un poder causativo inmenso en nuestra vida que no debemos ceder, por ningún motivo.
Desde niños la historia, la religión y la ciencia ficción se han encargado de presentarnos a los héroes y a los mártires de una manera que nos luce por demás atractiva; con ello se nos ha inculcado de una manera u otra que hay que sacrificarse por los demás y que si uno ve por sí mismo es egoísta. ¡Nada más alejado de la realidad!
Recuerdo que la primera vez que reflexioné sobre las instrucciones que nos dan al abordar un avión, para cuando se des-presuriza la cabina, me llamó la atención que la instrucción, es muy clara, incluso tajante: «al caer la mascarilla, colóquela sobre nariz y boca y si va con una persona que requiera ayuda, ya sea por ser mayor de edad o un menor, primero colóquese usted su mascarilla y después preste ayuda a la otra persona».
La instrucción no solamente es clara, es lógica y muy pragmática, ¿cómo voy a poder ayudar a alguien, si no estoy bien yo? Entenderlo es muy fácil, pero existe una gran diferencia entre entender y comprender. He aquí el punto de reflexión, ¿cómo hacer para des-aprender tantas cosas que nos han inculcado?, ¿cómo hacer para poder comprender, concientizar e incorporar un hábito nuevo?, que sea congruente y vaya más apegado con las leyes naturales de la vida, como es la Ley de Individualidad.
Hago ésta reflexión, ya que aún cuando entendemos una instrucción como ésta, la costumbre y la mala enseñanza que traemos tan arraigada, nos hace caer y nos jala hacia el otro lado, lo ejemplifico con una vivencia reciente:
Acabo de hacer un viaje a Los Ángeles con mis dos hijos pequeños, de 4 y 2 años respectivamente, como mi esposa se encontraba ya en LA, viajé sólo con los chicos, lo cual fue una odisea y me mantuvo con el stress y la preocupación de no descuidarme ni un segundo en el cuidado y la atención de mis hijos, pero cuando la sobrecargo explicaba las instrucciones y yo veía a mis hijos, imaginando que haría en el supuesto caso de que cayeran las mascarillas, en ese momento, me vino a la mente la necesidad de reflexión, ya que sería grande la tentación de hacerlo al revés, atendiendo primero a los pequeños.
Considero que debemos tomar ésta reflexión para extrapolarla a nuestra vida en todos los ámbitos y comprender que no podemos ofrecer lo mejor de nosotros, si no estamos bien, no podemos dar nada de calidad a los nuestros, si nosotros no estamos llenos para dar, que si somos felices nosotros, más fácil lo serán quienes nos rodean.
Para ello hay que amarnos y cuidarnos mucho a nosotros mismos, antes que a nadie, incluso que a nuestros propios hijos, ello no quiere decir que no los cuidemos y no nos hagamos responsables de ellos, hasta que, con nuestro apoyo logren su independencia, pero no será a través de la sobreprotección que lo harán, ni descuidando nuestra persona por anteponer los intereses de todos los demás.
Me parece que uno de los errores más grandes que cometemos en la vida, el vivir para otros y eso es algo muy común en la actual generación de padres. Es momento de reflexionar cómo estamos viviendo nuestras vidas y que sin culpas, ni remordimientos, comencemos a preocuparnos de nosotros mismos, de nuestro desarrollo y felicidad; en verdad te invito a reflexionar y a tomar una decisión: «Ponte la mascarilla».
Mi madre es un ser humano excepcional. No lo digo yo; lo avala la gente que la ha conocido a lo largo de su larga trayectoria.
Tiene casi noventa años, y conserva una lucidez que asombra. Quizá una de las cosas que más le admiro es esa aceptación natural de la vida: como si, a pesar de su cansancio, nos quisiera demostrar que hay que ser longevos, envejecer con dignidad y, además, estar de buen humor mi padre ya no la acompaña desde hace mucho tiempo: murió a los 61 años.
Aclaro que mi padre nunca se quiso ir. Su muerte, aunque resultado de una pesada y larga enfermedad, nos pilló desprevenidos a todos; ninguno de sus ocho hijos, que yo recuerde, pudo conversar con él sobre la muerte, y menos aún aceptar con plena conciencia tan incontrovertible hecho.
Él fue admirable; su gozo por la vida era increíble. Se requerirían innumerables artículos para describirlo. Pero hoy en estas líneas, estoy hablando sobre mi madre.
Con ella, al menos yo, platico abiertamente sobre esta transición llamada muerte. Específicamente, sobre la de ella. Hablamos de este
proceso de manera natural, y es un verdadero alivio poder hacerlo sin temor ni ataduras.
Ese ser maravilloso y lleno de sabiduría me ha enseñado mucho de la vida, tanto cosas elementales y sencillas como profundas y complejas. Filosofar con ella es una delicia; disfrutar su mirada, reírse con ella y gozar cualquier cosa, por simple que sea, lo es también.
Transcribo uno de sus pensamientos, al que nombró La Estatua:
“A veces pienso que somos como un gran bloque de mármol por el que pasan los años, como el viento, sin medrar en lo más mínimo sus definidas formas. Pero un día la vida, nos golpea con su poderoso cincel, moldeándonos y convirtiéndonos en una estatua maravillosa… Y nos damos cuenta de que lo que no hizo el tiempo lo hizo el dolor”.
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