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«Arizona es un desierto»

Hace algunas semanas tuve que ir a Arizona por motivo de una negociación. No obstante que es un sitio que me agrada mucho, había pensado que no visitaría Arizona como respuesta al repudio de la gobernadora por nuestros hermanos latinos.

Sin embargo, tratándose de un viaje de trabajo y siendo que yo no había elegido la sede de la negociación, realicé el viaje con gran curiosidad y con sentimientos encontrados.

Sin duda alguna, la experiencia fue enriquecedora. Lo primero que me llamó la atención, fue la manera en que se comportó el oficial americano de inmigración, un individuo de apariencia típica americana, el cual me trató con una cortesía francamente inusual en ellos, como si realmente tuviese una sincera preocupación por el turismo.

Quizás la inquietud reflejada derivaba de un temor a perder su empleo ante la clara disminución del flujo de turistas. Pero el hecho es que, el primer contacto con ésta «Nueva Arizona» resultaba francamente agradable… sin embargo, el encanto se esfumó de inmediato al llegar unos metros adelante con el representante de aduanas…

Generalmente los aduaneros son un poco más ligeros en su trato y en esas posiciones uno se encuentra con gente amable y rara vez con un petulante de ese calibre. El tipo prácticamente me arrebató mis documentos y comenzó a cuestionarme, en un tono desagradable, cada una de las preguntas que había respondido en el formato correspondiente.

Cuando llegó a la última pregunta referente a si traía conmigo más de diez mil dólares, mi paciencia se había agotado y cuidando mi respuesta para no tener un problema, le respondí con una sonrisa sarcástica: “Mire oficial, tuve que venir a una junta, pero no pienso gastar más de lo estrictamente indispensable en Arizona”. Con un gesto de desaire me hizo la señal de que siguiera mi camino y simplemente me alejé.

Debo aclarar que fue la única persona que me trató con descortesía y paradójica y desafortunadamente, sus rasgos eran claramente de origen latino. Al pensar en los conflictos internos que debe tener, verdaderamente me dio pena.

De ahí en adelante solo me encontré con gente amable y verdaderamente agradable, de cinco o seis taxistas, dos de ellos eran americanos y los otros eran servios y yugoeslavos, los cuales por azares del destino y por su aspecto sajón, no habían sido afectados.

Los americanos con los que tuvimos la oportunidad de comentar la situación política en cuestión, se expresaron en contra de la decisión… quizás por darnos una respuesta política, sin embargo, se sentía en ellos una inconformidad, debido a que el trabajo ha bajado considerablemente.

Lo peor fue cuando entablamos conversación con una señora mayor, originaria de México y que llevaba muchos años radicando en Arizona, quien nos relató a que grado la gobernadora ha hecho un daño inimaginable… La gente latina que tenía recursos se ha marchado a otros estados, otra cantidad importante de latinos fueron deportados y ella que solía tener un puesto de supervisora, mismo que había conseguido después de muchos años de esfuerzo, ahora se dedicaba a barrer.

En adición a esto, la señora dijo: «no creo que la gobernadora haya previsto esto, pero la ocupación en los hoteles ha bajado del noventa al veinte por ciento y ver así a Arizona es una verdadera pena».

Yo asentí y lo único que se me ocurrió decirle fue:

“¡Señora, cuanta razón tiene usted, Arizona ahora, verdaderamente es un desierto!”

“No le des tus margaritas a los cerdos”

Compartir es parte del desarrollo y del crecimiento personal; pero es, además, una de las cosas más bellas que existen en la vida.

De acuerdo con la escala del desarrollo por la que hay que transitar, para pertenecer de lleno al mundo del Ser es necesario haber recorrido previamente el Tener y el Saber.

De este desarrollo se deriva un concepto que reza de este modo.

«Nadie puede gozar lo que tiene si no lo comparte». Respecto a esta idea, hay quien dice que los padres nos equivocamos al tratar de hacer que nuestros pequeños compartan cuando apenas están experimentando el Tener. Debemos dejarlos que pasen por la experiencia de negarse a compartir -argumentan- para que puedan entender a profundidad el sentido de poseer y, posteriormente, transiten por una etapa en la cual puedan compartir lo que tienen. En realidad, esto tiene cierta congruencia.

Con respecto al Saber, se dice que nadie puede gozar lo que sabe si no lo enseña o lo transmite. En ello estriba la gran satisfacción que tiene el magisterio. De hecho, no se requiere ser maestro para saborear la alegría de enseñar.

En lo personal, disfruto mucho cuando enseño, y más aún cuando he tenido que exponer algún tema, puesto que al final aprendo más yo al tratar de explicarlo que los que asisten a la ponencia. Me queda claro que la mejor manera de entender y procesar algo es haciendo el esfuerzo de explicarlo. Es una manera de estructurar las ideas, complementarlas y redondearlas que resulta invaluable y sumamente didáctica para el que enseña.

Todo ello va relacionado con el acto de compartir. Definitivamente, encuentro muy sano y muy positivo tener la capacidad de compartir y poder hacerlo en los distintos ámbitos (Tener, Saber y Ser), pero ello implica lograrlo con sabiduría.

Debe definirse con inteligencia qué se comparte y con quién, y hacerlo con mesura. Todo en la vida debe llevar una justa medida, ya que algo intrínsecamente bueno puede, eventualmente, tener un impacto negativo. Por ello, sin ir en contra de la transparencia, debemos ser cautos al compartir.

Mucha gente no es apta para recibir, así se trate de nuestros bienes, nuestro acervo cultural ó quizá algo más preciado aún: Nuestras confidencias.

Jesús bien dijo: «No les arrojes margaritas a los cerdos»; y considero valioso tener presente esta frase cargada de verdad y mucha sabiduría. Por ello, antes de entregar algo muy tuyo, no dudes en cuestionártelo cuantas veces sea necesario; dado que, incluso en un acto tan humano y noble como compartir, deben prevalecer la sabiduría y la dignidad.

“Los Valores”

Analizando los elementos que nos impulsan a desarrollarnos en esta vida, me atrevería a afirmar, que parte importante de los mismos, son los valores. 

Nuestros valores son aquellos que nos movilizan desde el interior. Son personalísima energía que nos impulsa al desarrollo, esa materia prima fundamental que nos alimenta el alma.

Si tomamos en cuenta aquello que nosotros consideramos valores cómo la Lealtad, la Honestidad, la Empatía, el Respeto, la Justicia, la Solidaridad, la Tolerancia y en general, cualquier valor que a nosotros nos parezca de importancia, veremos que van ligados a esa energía que nos proyecta a hacer, a desarrollar, a crecer y a ser mejores individuos. 

Los Valores son esas guías que por convicción propia adoptamos y nos comprometemos a llevar, a alimentar, incluso a defender a ultranza, contra quien sea y como sea necesario, aunque pudiésemos, de por medio, estar arriesgando nuestra integridad. 

Y aunque muchos de los mismos son universales y trascienden nuestra individualidad, los personalizamos a través de la escala y la ponderación personal que le damos cada uno de nosotros y en el “cómo” los posicionamos en nuestro interior. 

Por ello se llegan a dar conflictos que a veces no comprendemos, porque se defienden cosas ó situaciones que para un individuo no juegan siquiera un papel relevante, pero para alguien más pueden ser vitales. 

En una ocasión en un curso de valores, se nos pidió juzgáramos jerarquizando en términos de culpa a los cinco actores de la historia hipotética. Cada persona que tomó el curso, determinó un orden distinto, basado en su escala de valores personal. 

Entonces los valores son algo que se elige. Sí bien con algunas influencias, resulta una decisión desde el interior de nuestra alma, que se exterioriza de muy distintas y personales formas, desde lo más profundo de nuestro ser… 

Los valores son al final del camino, aquello que elegimos, que definimos como bueno para nosotros, aquello con lo que nos comprometemos. 

José Luis Martín Descalzo nos decía que: “Se podía cambiar de camino, más no de alma”. Yo pienso que se refería a que los valores que vamos definiendo  van haciendo que nuestra alma se forje de determinada manera, en la que resulta relativamente sencillo cambiar de opinión, pero no de convicciones, eso es un tema más profundo. 

Jean Claude Genel dice que: “La persona que se convierte en lo que es verdaderamente, que se realiza, es un ser radiante” Y como no serlo, si lograr la realización a través de ser como hemos elegido, como queremos ser, es un gusto y un gozo que se refleja por sí sólo. 

Me parece que cuando percibimos la felicidad en alguna persona, se debe a que “es justamente como desea y ha elegido ser”.

La Paradoja del Equilibrio

Todo en ésta vida requiere de equilibrio, mismo que la sabiduría popular  ha bautizado como: «El sabio término medio».

 Lo paradójico es que al hablar de término medio, puede, en forma errónea, relacionarse o confundirse con mediocridad, siendo que en realidad se trata de todo lo contrario… posiblemente no hay nada más difícil de lograr que el equilibrio.

Recuerdo una reunión del alto nivel directivo de una empresa, al cual pertenecía. Se propuso un ejercicio que consistía en retroalimentarnos unos a otros, por lo que tuvimos que conformar equipos de seis personas y decirle a cada miembro del equipo, las cuatro virtudes que nos caracterizaban así como revelar el peor de nuestros defectos.

Para todos los participantes fue una sorpresa de gran impacto descubrir que en todos los casos y sin excepción alguna, nuestra mayor virtud, resultaba ser nuestro peor defecto al abusar de la misma y utilizarla en exceso.

Esta verdad me marcó, porque no importa que tanta habilidad y dones se nos hayan otorgado o hayamos desarrollado, si los usamos en forma excesiva, se convierten en debilidades.

Y lo mismo ocurre en cualquier ámbito de la vida… Por mencionar un ejemplo, es probablemente tan negativo no prestarle atención, como saturar de la misma a nuestros seres queridos. Bien dice el dicho «Ni todo el amor, ni todo el dinero».

Tanto a la pareja, como a los hijos, hermanos, amigos, etcétera. En el caso de la pareja, si no le das la atención suficiente, la relación se desgasta y probablemente alguien más se la dará… pero atenciones en exceso y un interés desmedido son inadecuados, resultando, inclusive, tan malos como la carencia de atención misma.

La gente se pregunta si el amor se acaba… yo pienso más bien que sucede como bien lo dice una canción de Alberto Cortés: «El amor nunca se acaba, sólo cambia de lugar». 

En el caso de los hijos si quieres educarles bien, es mejor que les prestes atención y les des los mejores ejemplos. Educar no es dar sermones y peroratas, es darles atención, cariño, límites y buenos ejemplos.

Volviendo a la importancia del equilibrio en la vida, considero se requiere profunda sabiduría y la sabiduría sólo se logra con cultura, entendimiento, experiencia y sentido común… Posiblemente un balance armónico involucra dos aspectos fundamentales: el equilibrio en sí de los distintos componentes que lo conforman y la mesura en la expresión de cada uno de los mismos.

La Historia Precedente

Cada vez que tratemos de entender una actitud, un comportamiento o simplemente a una persona, pensemos en que, atrás de cada persona, existe algo que se llama “la historia precedente”.

Debiésemos empezar por no juzgar a la gente, lo cual me parece, es una de las cosas más difíciles de lograr en esta vida. A ello debemos aspirar.

El ser humano tiene una tendencia natural a juzgar. Con gran facilidad nos erigimos en jueces de los demás; y lo peor es que lo hacemos de una manera totalmente equivocada.

Si analizamos un poco, lo que hacemos al juzgar es analizar ya sea el comportamiento, la reacción o la actitud de una persona, desde nuestra perspectiva, desde nuestra posición, a través de nuestra experiencia y de nuestros paradigmas.

El hacerlo de esta manera, resulta por demás injusto, ya que no es un juicio objetivo, sino que estamos juzgando a una persona a través de nuestra  personal perspectiva y desde nuestra personal manera de ver las cosas, la cual se va construyendo a través de nuestra experiencia.

Nosotros también tenemos una historia precedente y es a través de ella que nos vamos definiendo como personas y, como he dicho antes, nunca llegamos a ser producto terminado, estamos siempre en construcción y en constante formación o deformación, evolucionando o involucionando, dependiendo de nuestra actitud y disposición para aprender en la vida.

Antes de juzgar a una persona o una actitud o un comportamiento, debemos imaginarnos cuál es la historia precedente de esa persona y así entenderemos un poco más el “por qué” de sus reacciones.  Entendiendo lo anterior seremos incluso más condescendientes con ella en nuestros juicios.

En una ocasión platicando con una de mis hijas discutía precisamente la facilidad que tiene el ser humano para juzgar y al hablar de su abuelo y discutiendo un punto específico de su comportamiento, le comenté que le estaban juzgando con la argumentación y desde la perspectiva de una universitaria, oportunidad de desarrollo que él nunca tuvo, que además ella había contado con una niñez feliz y llena de mimos, la cual su abuelo tampoco había vivido.

Cuando le hice ver que estaba juzgando a una persona que había cursado hasta la primaria y que había tenido un padre, más que exigente, digamos intransigente e injusto y que había sido una persona que se había formado a través de trabajar toda su vida, la perspectiva simplemente le cambió.

Lo mismo nos ocurre cuando transitamos por la ciudad en un buen carro y de repente no avanza con celeridad el taxi que va por delante del nuestro y lo juzgamos de inmediato. No nos ponemos en los zapatos de la otra persona, ni pensamos en que para avanzar en ese auto es mucho más complejo que en el nuestro. Quizás sea un auto que tiene problema para meter las velocidades, con las piezas desgastadas y una potencia mínima.

Me parece que este primer paso es ya una ganancia… observar de una manera más objetiva, poniéndonos verdaderamente en los zapatos de la otra persona, analizando las cosas desde su perspectiva y tomando en cuenta su historia precedente.

Si vamos a juzgar, debiésemos ser un poco más justos. Ojalá lo fuésemos para con ello ser más caritativos y así seguir avanzando para dar quizás el siguiente paso en nuestro desarrollo, un paso aún más importante: “No juzgar”.

¿Dónde habitas tu vida?

¿Dónde y cómo habitas? ¿Cómo pasas la mayor parte de tu tiempo? ¿Recordando el pasado o imaginando el futuro? ¿Qué tanto vives en el presente?

No es lógico vivir lamentando o reconstruyendo mentalmente el pasado. ¡El pasado ya no está! Es, por supuesto, parte de nuestra vida y debe ser el principal proveedor de nuestro conocimiento y entendimiento de la verdad, a través de la experiencia.         

El pasado debe ser un gran archivo del cual pudiésemos echar mano para capitalizar conocimiento y entendimiento, pero, como realidad, ¡simplemente ya no está! ¡no existe!

También debemos entender el pasado como un punto de referencia para entender de dónde venimos y hacia dónde queremos ir.  Pero, echar un vistazo al pasado, debiese ser como ver por el espejo retrovisor al manejar.  Por supuesto que hay que verlo, para cuidar la trayectoria y no cometer errores, pero entre darle un vistazo y clavarle la mirada hay una diferencia enorme.

Hay quien, por otra parte, vive con la mirada y el pensamiento en el futuro, en lo que se pretende, en lo que vendrá.  Seguramente hay que bosquejar el futuro e imaginarnos en dónde queremos estar dentro de cinco o diez años, para poder planear y estructurar un plan de acción que nos permita lograr nuestros objetivos.  Lo que no podemos hacer es dejar de actuar en el hoy y de poner las manos a la obra hoy, para avanzar paso a paso hacia donde queremos llegar.

Otra problemática fuerte es la gente que vive temiendo el futuro y haciendo planes de contingencia para tratar de controlar lo incontrolable o para tratar de contener cualquier riesgo al que estamos sujetos. He descubierto que temer al futuro no ayuda  y no resuelve una determinada situación.

Cuando yo tenía 8 años de edad,  murió el papá de un amigo y desde ese día no recuerdo haber dejado de rezar al amanecer y al anochecer de un solo día para pedir que no se fuera a morir mi padre. Cuando yo llegué a los 21 años,  me informaron que mi padre padecía leucemia y de ahí, la pendiente tardó seis años para que finalmente mi padre muriera. Obviamente, uno se va preparando para ese momento que, cuando finalmente llega, por bien preparado que uno se encuentre se reprueba. Sin embargo, cuando reflexiono sobre el hecho, me doy cuenta que viví 19 años de mi vida temiendo algo que de cualquier manera terminó ocurriendo y para lo cual no podía  hacer ni lo más mínimo por evitarlo.

Me parece que es peor aún si transcurrimos nuestra vida temiendo algo que incluso es posible que nunca suceda, porque simplemente por ley de atracción es mucho más probable que ocurra algo que tememos, que algo que simplemente no está en nuestra mente.  Bien dicen que: “Fuera de mente, fuera de experiencia”. 

Por ello, es importante ubicarnos en el tiempo y en el espacio y disfrutar la vida y lo que tenemos, disfrutar nuestros procesos, incluso nuestros desaciertos, todo es parte de la misma experiencia. Más importante aún es vivir y disfrutar del presente, del proceso, de lo que está sucediendo aquí y ahora. Y la única manera de hacerlo es vivir en conciencia de sí mismo, de nuestro proceso en el tiempo y en el espacio, sin añorar el pasado, ni temer el futuro.

Dice un viejo adagio que “Vivir con una mano asiendo al pasado y la otra al futuro, nos deja crucificados en el presente”

Por eso es importante habitar en el aquí y ahora, en la realidad, confiando en el bien y tomando todo como parte del aprendizaje. Sólo se vive una vez, por lo menos esta vida, tal y como la concebimos.

Es como cuando comenzamos una carrera profesional.  En el trabajo, generalmente comenzamos como auxiliares y soñamos con que nos otorguen un nombramiento superior.  En mi caso, en la carrera que hice dentro de las compañías de seguros, soñamos con ser suscriptor de riesgos y posteriormente soñamos con ser supervisor y luego con ser subgerente y así sucesivamente…… Gerente, Subdirector, Director, Director General, etcétera.

Cuando más he disfrutado de una posición es cuando me dejé de preocupar por crecer a la siguiente posición, cuando realmente, me dedique a hacer mi labor y a aprender todo lo que mi puesto me ofrecía, sin preocuparme por lograr el siguiente escalón en el organigrama.

Hace ya más de quince años que dejé de buscar mejores posiciones y por supuesto que me llegaron promociones, mismas que disfruté, pero sin la preocupación del porvenir, habitando más en el hoy y en mi realidad, tratando de aprender de todas las personas que me rodean.

Lo mismo en la situación personal, siento que habito más en el presente, por supuesto que capitalizando la experiencia pasada y bosquejando cómo quiero vivir en el futuro, pero poniendo todo mi empeño y concentración para vivir y disfrutar al cien por ciento el único tiempo que al final del día es real…… el “hoy”.

«Un hombre de verdad»

En alguna ocasión leí una frase que me golpeó y decía “La verdad jamás debe ser mitigada por la diplomacia” Reflexionando al respecto, yo le agregaría: Menos por la conveniencia y ni siquiera por el temor, la verdad no debe ser mitigada jamás! 

Aunque seguramente habrá otras, de las causas mencionadas, me parece que la conveniencia es la menos justificable, en la diplomacia por lo menos se piensa en alguien más y en el temor en preservar algo, quizás hasta la propia integridad, pero el hecho es la verdad no se puede tamizar. 

Al tratar de hacerlo aún cuando sea en una ínfima parte, ¡deja de ser verdad! Hay cosas en la vida que son axiomas o se es total y absolutamente veraz o no se es, una mujer está o no embarazada, pero no puede estar medio embarazada. Lo mismo ocurre con la credibilidad, si te creo al 99 por ciento, lo cierto es que no te creo.

 ¿Quiénes somos o quienes nos creemos que somos para tratar de cambiar o regular la verdad? ¿Quién de nosotros no lo ha hecho? ¿Quién de nosotros no lo hace? Ya sea en gran medida o en una mínima parte, de manera ocasional o por costumbre, lo hacemos.

 Si la premisa entonces es que el tamizar la verdad es mentir, la pregunta es: ¿Somos veraces?

 Seguramente ustedes pensarán: Si cada quién tiene su verdad, ¿existe una verdad general, objetiva y para todos? La respuesta es sí, ¡por supuesto que existe! Lo que ocurre es que cada quién tiene su ángulo de la verdad, su apreciación de ella, ¡pero la verdad es una, objetiva y para todos! 

Si existe una verdad, ¿Quién la conoce? ¿Quién se puede preciar de poseerla? Es probable que nadie conozca en su totalidad la verdad; trataré de explicarme con un ejemplo: 

Si cuatro personas le tomáramos una fotografía a una parvada desde distintos ángulos, contaríamos desde cada perspectiva posiblemente un número diferente de pájaros, pensando cada quién que conocemos la verdad a cerca del número de pájaros que integran la parvada, porque incluso tenemos una evidencia. El hecho es que la parvada contiene un número exacto de pájaros que quizás sea distinto al de cada uno. 

Mientras más seguros estemos de conocer la verdad, podríamos estar más lejos de ella, mientras más abiertos a entender el punto de vista de los demás en un aspecto antagónico a nuestro ángulo de la verdad, más nos pudiésemos acercar a ella, es decir, la humildad nos puede acercar, la soberbia por el contrario. 

Cuando se miente por diplomacia es un error, quizás estemos haciendo más daño, pero nada justifica una mentira, debemos ser cuidadoso al expresarnos, si al exponer una verdad pensamos que haremos daño, quizá la alternativa sea callar, bien dicen que: “El hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras”  

A veces pensamos que decir la verdad nos puede complicar o que nos conviene modificar o tamizar la verdad. La realidad es que estamos mintiendo por conveniencia. 

Cuando el decir la verdad implica riesgos, nos expone o nos pone en franco peligro es más difícil mantenerse veraz y se requiere valor para afrontarlo para correr el riesgo, cuando se tiene aparentemente mucho que  perder y poco que ganar. 

El comprometerse con la verdad en nuestra vida no es algo que se pueda conquistar de golpe, es algo que construimos cada día, La vida nos pone todos los días pruebas que nos invitan a mentir, ya sea por diplomacia, por conveniencia o por temor. 

La cuestión es tomar la decisión de llevarlo a cabo, comprometiéndonos con la verdad en nuestras vidas. Es paradójico, pero cualquier cosa que pudiésemos perder al ser auténticos y mantenernos en la verdad, no se compara con lo que ganamos siéndolo. 

Cada paso que demos acercándonos a la autenticidad estamos ganando un pedazo de nuestra alma.

La estrategia del delfin

Recuerdo que la primera vez que escuché sobre la estrategia del delfín y al saber que está comprobado que es el pez que tiene la mejor técnica (performance) para nadar, ya que tiene una estrategia muy inteligente para hacerlo, me impactó.

Me explico: Lo que hace el delfín es que toma una ola y nada con ella, subiendo por la misma, pero antes de llegar a la cresta de la ola salta al vacío para tomar la siguiente ola que se va iniciando, y, así, de manera iterativa, logra aprovechar al máximo la fuerza de las olas.

Ante la diferencia frente a otros peces que no lo hacen de la misma forma, esto nos hace ver al delfín como una especie única y con una inteligencia muy superior a la de los demás peces.

Siento que de algún modo los humanos debiésemos de aprender de estos mamíferos especiales, puesto que pareciera que nos sucede algo similar que a la mayoría de los peces, en el sentido de que nos aferramos al impulso que sentimos de la ola que de alguna manera nos viene impulsando, y nos cuesta mucho trabajo dejar ese impulso para arrojarnos al vacío.

Creo que es difícil ver o entender de manera más integral el todo. Es parte de tener una visión más amplia. Es algo así como ver el bosque y no solamente el árbol, distinguiendo así las diferentes olas que se forman en el océano de la vida.

Lógicamente nos aferramos a la fuerza de una ola y no importando que lo grande del esfuerzo que hacemos al nadar, el hecho es que cuando sentimos la fuerza de una ola que nos viene impulsando nos aferramos a la fuerza de la misma, sin pensar en que muy posiblemente más temprano que tarde esa ola dejará de serlo, ya que se estrellará o se desvanecerá para dar paso a otra diferente.

Lo peor del caso es que por experiencia sabemos que lo más seguro es que cuando esto pase nos va a causar una turbulencia que, de entrada, no sólo hubiéramos podido evitar, sino que, además, de haber utilizado la estrategia del delfín hubiésemos logrado una sinergia que difícilmente se podría conseguir sin ver el entorno de una manera más integral.

Lo anterior suena muy bien y muy lógico, pero no es nada fácil detectarlo, y menos tomar las decisiones que se requieren, sobre todo cuando sentimos el impulso de una ola que de alguna manera nos está llevando hacia delante, y a la que lo más seguro nos haya tomado trabajo montarnos.

A mí me gusta mucho esta analogía entre el delfín y nosotros los humanos, ya que aun a sabiendas que esto es así –es decir, que no hay una ola que se mantenga eternamente, que su impulso es temporal y que tarde que temprano tenemos que arriesgarnos-, generalmente nos mantenemos en la misma ola.

Me parece que de aquí se desprenden varias reflexiones. Por una parte tratar de entender las mareas de la vida; por la otra entender que en la vida no hay plazo que no se dé, ni término que no se cumpla, y, por supuesto, que además de distinguir el momento adecuado, todavía falta agregar el valor que se requiere para dejar el cómodo impulso de la ola y para saltar al vacío, aun cuando sea con la idea de tomar la siguiente ola y lograr la así la magia de la sinergia que logra la estrategia del delfín.

Considero que aquí viene la paradoja importante, en la cual se requiere mucha inteligencia y valor para saltar al vacío. Por una parte, y muy importante, habrá que definir el momento preciso, pero por otro, y no menos importante, también verificar que al saltar al vacío estamos saltando a una ola, y no a algo que es pura arena.

«El horizonte y la utopía» (Segunda parte)

Si, la utopía debe ser parte de nosotros. Es de alguna manera un motor que nos mueve y nos marca un camino, que aunque sepamos que nunca vamos a alcanzar, como en el caso de horizonte, debemos serle fiel, mientras el concepto de referencia siga siendo válido.
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“El horizonte y la Utopía” (Primera de dos partes)

No sé porqué el hombre tiene la creencia de que su proceso de desarrollo es finito; que el proceso de lograr el entendimiento puede llegar algún día al ciento por ciento, lo cual, por cierto, nos llevaría a la perfección. La vida nos muestra una y otra vez, de una u otra manera, que esto de ser humanos es un proceso sin fin, es decir, que somos perfectibles, pero jamás llegaremos a la perfección. Más nos valdría ir acostumbrándonos a que nunca seremos un producto terminado.

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