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«El horizonte y la utopía» (Segunda parte)

Si, la utopía debe ser parte de nosotros. Es de alguna manera un motor que nos mueve y nos marca un camino, que aunque sepamos que nunca vamos a alcanzar, como en el caso de horizonte, debemos serle fiel, mientras el concepto de referencia siga siendo válido.

A mí me gusta cómo se refiere a ella Serrat. Cómo la percibe y a qué profundidad la entiende, por lo que me permito citar algunos de los conceptos que nos comparte:

“Se echó al monte la utopía perseguida por lebreles que se criaron en sus rodillas y que al no poder seguir su paso la traicionaron… hoy funcionarios del negociado de sueños dentro de un orden, son partidarios de capar al cochino para que engorde… ¡Ay utopía! cabalgadura que nos vuelve gigantes en miniatura; embaucadora, que encandila a los ilusos y a los benditos por hechicera….
Subversiva de lo que está mandado, mande quién mande, incorregible, que no tiene bastante con lo posible, levanta huracanes de rebeldía; quieren ponerle cadenas, pero a ver quién es quién le pone puertas al monte. ¡Ay utopía! cómo te quiero porque les alborotas el gallinero”.

Me encantaría tener la posibilidad de preguntarle algún día sobre el calce de estos conceptos, pero lo que yo interpreto es que muchos en la infancia nos criamos en las rodillas de la utopía y, al no poder seguir su paso, la traicionamos, negociando y limitando nuestros sueños, acomodándonos en la estructura organizacional del orden de las cosas que alguien ha establecido, en lo que hoy la gente considera dentro de lo posible.

Valdría la pena preguntarse si no debiésemos establecer nuestra regla de oro a seguir, tan cerca o basada en la misma utopía, para que el alto de la vara de nuestros sueños sea tan alto que parezca imposible de lograr.

Valdría la pena que dejáramos de ver a la utopía como algo que nos clarifica lo imposible y, sin caer en lo irracional, acercarla a nuestra vida, para que nos ayude de alguna manera a buscar la excelencia, viéndola con la misma simpatía que la ve Serrat.

Valdría la pena medir bien el tamaño y los destinos de nuestras metas, y establecerlas tan altas que parezcan imposibles: “utópicas ”, bastando para ello simplemente preguntarnos cuántas cosas que hoy nos parecen comunes y nada fuera de lo normal fueron en algún tiempo consideradas una utopía.

Y una vez definidas dichas metas, arrancar con el deseo necesario para iniciar y para posteriormente cambiar ese deseo por pasión, pues éste es el elemento que nos llevará a lograrlas, aunque sin caer en la obsesión, ya que debemos revisar constantemente si las circunstancias han cambiado y si se requiere incluso de modificar la meta.

Porque aquí está uno de los puntos finos en los que se requiere de la máxima inteligencia y sensibilidad, para que a través de la auto-observación podamos mantenernos en el realismo y determinar si es necesario rectificar el rumbo, o incluso la meta misma, puesto que se dice que no se puede dirigir el viento, pero sí ajustar las velas.

De esta manera podremos seguir siendo fieles a nuestros ideales; a aquellos que nos hemos marcado nosotros mismos como regla de oro a seguir, manteniendo nuestras metas lo suficientemente altas como para que nos hagan crecer, al grado de acercarnos a la utopía lo más posible.

Porque, como dice José Luis Martín Descalzo: “Se puede cambiar de camino, mas no de alma”, o como apunta bien Serrat: “Sin la utopía la vida sería ensayo para la muerte”.

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