Hace algunas semanas tuve que ir a Arizona por motivo de una negociación. No obstante que es un sitio que me agrada mucho, había pensado que no visitaría Arizona como respuesta al repudio de la gobernadora por nuestros hermanos latinos.
Sin embargo, tratándose de un viaje de trabajo y siendo que yo no había elegido la sede de la negociación, realicé el viaje con gran curiosidad y con sentimientos encontrados.
Sin duda alguna, la experiencia fue enriquecedora. Lo primero que me llamó la atención, fue la manera en que se comportó el oficial americano de inmigración, un individuo de apariencia típica americana, el cual me trató con una cortesía francamente inusual en ellos, como si realmente tuviese una sincera preocupación por el turismo.
Quizás la inquietud reflejada derivaba de un temor a perder su empleo ante la clara disminución del flujo de turistas. Pero el hecho es que, el primer contacto con ésta «Nueva Arizona» resultaba francamente agradable… sin embargo, el encanto se esfumó de inmediato al llegar unos metros adelante con el representante de aduanas…
Generalmente los aduaneros son un poco más ligeros en su trato y en esas posiciones uno se encuentra con gente amable y rara vez con un petulante de ese calibre. El tipo prácticamente me arrebató mis documentos y comenzó a cuestionarme, en un tono desagradable, cada una de las preguntas que había respondido en el formato correspondiente.
Cuando llegó a la última pregunta referente a si traía conmigo más de diez mil dólares, mi paciencia se había agotado y cuidando mi respuesta para no tener un problema, le respondí con una sonrisa sarcástica: “Mire oficial, tuve que venir a una junta, pero no pienso gastar más de lo estrictamente indispensable en Arizona”. Con un gesto de desaire me hizo la señal de que siguiera mi camino y simplemente me alejé.
Debo aclarar que fue la única persona que me trató con descortesía y paradójica y desafortunadamente, sus rasgos eran claramente de origen latino. Al pensar en los conflictos internos que debe tener, verdaderamente me dio pena.
De ahí en adelante solo me encontré con gente amable y verdaderamente agradable, de cinco o seis taxistas, dos de ellos eran americanos y los otros eran servios y yugoeslavos, los cuales por azares del destino y por su aspecto sajón, no habían sido afectados.
Los americanos con los que tuvimos la oportunidad de comentar la situación política en cuestión, se expresaron en contra de la decisión… quizás por darnos una respuesta política, sin embargo, se sentía en ellos una inconformidad, debido a que el trabajo ha bajado considerablemente.
Lo peor fue cuando entablamos conversación con una señora mayor, originaria de México y que llevaba muchos años radicando en Arizona, quien nos relató a que grado la gobernadora ha hecho un daño inimaginable… La gente latina que tenía recursos se ha marchado a otros estados, otra cantidad importante de latinos fueron deportados y ella que solía tener un puesto de supervisora, mismo que había conseguido después de muchos años de esfuerzo, ahora se dedicaba a barrer.
En adición a esto, la señora dijo: «no creo que la gobernadora haya previsto esto, pero la ocupación en los hoteles ha bajado del noventa al veinte por ciento y ver así a Arizona es una verdadera pena».
Yo asentí y lo único que se me ocurrió decirle fue:
“¡Señora, cuanta razón tiene usted, Arizona ahora, verdaderamente es un desierto!”