Vivir con las maletas hechas …
Hace algunos años tomé un curso de desarrollo humano, en el que se compartían enseñanzas de vida, que planteaban paradigmas diferentes a los que estamos acostumbrados. Uno de esos conceptos me impactó y se refería al proceso a través del cual se genera el sufrimiento.
Para explicarlo de una manera sencilla basta decir que el sufrimiento se origina comúnmente por el apego a las personas o a las cosas.
Reflexionando un poco sobre el tema, recordé una historia en la que un individuo se va en busca de un Gurú (Maestro) para tratar de obtener conocimiento de vida, dado que mucha gente hablaba de la sabiduría de dicho personaje.
Después de un largo viaje y de preguntar por la casa donde vivía, al final de una vereda poco transitada y que no parecía llevar a algún poblado o ciudad, se sorprendió al encontrar una pequeña y rústica construcción, que constaba de una sola habitación y se sorprendió aún más cuando dicho individuo amablemente lo recibe y al hacerlo pasar, se percata de que en el interior no había más que mobiliario sencillo que constaba de una pequeña cama, una silla, una mesa, una vela y una libreta de apuntes.
Sin poder ocultar su sorpresa por el hecho de que un individuo con tal sabiduría viviera de una manera tan sencilla, ya que se hubiese imaginado que tendría por vivienda un lugar con muchos libros y que además contaría con muchas pertenencias.
Inició de manera natural el siguiente dialogo:
Persona:¿Cómo? ¿Tu vives aquí?
Gurú:Sí.
Persona:Pero, ¿dónde están tus cosas?.
Gurú:¿Y dónde están las tuyas?
Persona:Es que yo estoy de paso.
Gurú:Yo también.
Me parece que el ser humano tiene una muy arraigada necesidad de seguridad, de poseer y de pertenecer.
De pertenecer a un lugar, a una familia, a una comunidad y que es difícil imaginarse sin ningún vínculo de esta naturaleza. Sin embargo, más nos valdría hacer consciencia de que en esta vida no hay nada permanente y que la única constante es el cambio.
Hay una frase que me gusta mucho y solía utilizar en el mundo corporativo, cuando hablaba con gente que me tocó dirigir y que en mi opinión, las sentía demasiado aferradas a la posición que ocupaban en la empresa. Dicha frase reza: «Debemos aprender a vivir con las maletas hechas». Con ello, yo intentaba explicar a la gente que si bien hay que ponerse la camiseta de la empresa para la que se trabaja y entregarse con pasión a la tarea, no podemos dejar de ver que existen mil y un imponderables que pueden dar un vuelco a la situación actual.
Es posiblemente más congruente ver la vida, no como un estado inmutable y tratar de vivir conscientes de que todo es temporal.
Es mejor saber que estamos de paso y evitar el apego, aspirando a no aferrarnos a nada. Esto nos llevará a disfrutar, en vez de medir o atesorar, posponiendo el gozo para después.
Nada es permanente. Nosotros incluso, en este plano de la vida, ¡somos temporales!