Pocas cosas tan importantes existen en la vida como la gratitud, y esta máxima de convivencia social es algo que todos creemos conocer y observar de alguna manera. Sin embargo, si reflexionamos y profundizamos en el asunto, podremos entender mejor muchos conceptos que la rodean y que se relacionan causalmente con ella.
Pocas cosas hay más abominables que la ingratitud; y, como tantas cosas en la vida, algunas personas creen que ser ingratos les reporta un beneficio, o al menos no se lo quita. Pero es justamente al revés: ser ingrato conlleva un alto precio para quien así actúa, y en cambio la gratitud no solamente nos hace mejores personas, sino que también reporta grandes beneficios.
Cuando me pregunto por qué la gente es ingrata, me vienen a la cabeza varias respuestas posibles. Quizá el ingrato tenga un problema de envidia y sienta que quien lo apoya es un privilegiado que no requiere su agradecimiento; quizá sea una persona egoísta y vea la vida sólo en función de recibir, y no de dar; quizá sea por inseguridad y trate erróneamente de convencerse de que la ayuda que recibe es un logro propio; quizá no agradezca nunca por pena, pues no sabe cómo expresar gratitud (aunque creo que ésta sería la causa menos probable); quizá el ingrato es ingrato por ignorancia o falta de conciencia, como esos niños y jóvenes que han recibido todo y simplemente dan por sentado que es obligación de los otros proveerlos sin más. Y la peor opción: quizá sea por soberbia, porque su terrible e inflado ego los hace pensar que todo es mérito propio y no valoran la ayuda del prójimo en su gran magnitud.
Hay una frase de Martín Lutero que me encanta y reza así: “Tengo tres perros peligrosos: la ingratitud, la soberbia y la envidia. Cuando muerden, dejan una herida profunda”.
Soy un convencido de que todo en la vida obedece a la ley de causa y efecto y de que cualquier pensamiento, sentimiento o acción traerá consigo una consecuencia, por lo que aquello que salga de nuestro interior traerá como consecuencia una reacción del Universo hacia nosotros. Y la recibiremos con una fuerza multiplicada.
De ahí la profundidad de la herida de la que habla Lutero.
Así, la ingratitud nos hará más densos, enviando mala vibra al Universo; y, en cambio, la gratitud nos hace vibrar en una frecuencia más ligera, enviando al Universo nuestras mejores vibras. Ambas nos traerán de regreso la respuesta del Universo.
Es importante entender que, aun cuando nuestro proceso en la vida es individual, no somos ermitaños, pues estamos cercanamente relacionados con muchas otras personas a consecuencia de diferentes situaciones, por lo que será mejor entender los procesos y las leyes por las que opera la vida.
En esta vida, todo está relacionado, y es importante saber que se trata de dar y de recibir. Es necesario aprender a dar y también a recibir. Existe mucha gente que no sabe dar o no sabe recibir.
Al que no sabe dar lo catalogamos de mezquino, egoísta; y al que no sabe recibir, de arrogante o, peor aún, de soberbio.
Así, vemos que la gente a la que le cuesta dar siente que cualquier cosa que dé le va a restar. Es gente que tiene un sentido materialista de la vida y que le concede una importancia desmedida a lo material. En general, esa gente es así no sólo en lo material, sino también en lo espiritual.
Otro punto importante de la gratitud es entenderla, aceptarla y abrazarla. Trataré de explicarme.
En este mundo, materializado en exceso por la visión de mucha gente enfocada más en recibir que en dar, no prestamos mucha atención a la gente que no sabe recibir; simplemente de alguna manera la relegamos, pero no reflexionamos en las causas por las que se comporta de esa manera.
A la gente que no sabe recibir le cuesta mucho esfuerzo sentirse en deuda, aceptar ayuda, apoyo o cariño, y eso tampoco ayuda a su desarrollo como ser humano.
Cuando reciben espontáneamente un presente, un apoyo o una ayuda, se sienten en deuda y tratan de cualquier forma posible de actuar para creer que ya están a mano, que no deben nada.
Un amigo querido me comentaba que a él le costaba trabajo recibir; y, analizándolo bien, me di cuenta de que en ocasiones a mí me ocurre lo mismo. Y comentábamos que no se trataba de aquellas ayudas o beneficios que se nos ofrecen para comprar nuestra voluntad. Eso en definitiva hay que rechazarlo. Pero, tratándose de algo que la gente nos ofrece de todo corazón, es terrible resistirse a aceptarlo con humildad y mostrar nuestro agradecimiento.
Y, más importante aún, me comentó (haciendo referencia a un autor llamado Tusquets) que, cuando uno recibe una ayuda en un momento de apuro (y, para poner un ejemplo de lo más prosaico y sencillo, pensemos en un préstamo de dinero), aunque lo paguemos en tiempo y forma quedamos en deuda permanente con esa persona. ¿Por qué? Por la gran valía que tuvo el hecho de habernos apoyado a salir del problema en un momento complicado.
Y ni hablar si se trata de cosas más trascendentes y profundas, como tiempo y cariño. No olvidemos que el tiempo es algo que no se puede recuperar. Nadie puede comprar tiempo; así que quien nos ofrece su tiempo nos está dando algo invaluable, algo que jamás va a recuperar.
Nada más bello que vivir agradecido con toda persona, y más con la gente que hace la diferencia en nuestra vida. Si vivimos agradecidos y demostramos nuestro agradecimiento, no sólo vendrán bendiciones a nosotros, también podremos sentir que hemos sido exitosos y, sobre todo, felices.
Marco Tulio Cicerón decía: “Tal vez la gratitud no sea la virtud más importante, pero sí la madre de todas las virtudes”.
No hay nada más bello que estar agradecido y demostrar nuestro agradecimiento con la gente que amamos; y, si eso es recíproco, no sólo se genera una energía maravillosa y multiplicadora en esa relación, también es una de las cosas más bellas que puedan conseguirse en las relaciones humanas.