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Encuentros

Hay mucha gente que colecciona cosas y yo me pregunto cómo y cuándo es que las disfruta más. ¿Cuándo están a solas con ellas? ¿Cuándo las muestran a sus amigos? ¿O quizás cuando se las muestran a otro coleccionista que aprecie dichos bienes, aunque no los ligue más que la misma afición?

No tengo nada en contra de los coleccionistas. Es sólo que, conforme creo entender un poco más, me parece que las cosas materiales van tomando otro valor muy distinto al que solemos darles.

Dice un buen amigo, Eduardo Garza Cuellar, que posiblemente una de las grandes herejías contemporáneas del individualismo posesivo es que la gran mayoría de las personas tiende a coleccionar cosas y que le da demasiada importancia a las mismas, cuando lo que tiene importancia es la persona, por lo que debiésemos coleccionar “encuentros”.

No podría estar más de acuerdo con Eduardo. Pero a lo anterior yo agregaría que dichos encuentros no necesariamente tienen que ser con gente que no vemos todos los días, ni tampoco en eventos de los llamamos especiales, como podrían ser ceremonias u otros que marcan ciertos momentos en nuestra vida.

Desde luego que esto es válido, porque inclusive hay algunos que podrían alimentar nuestra alma por años. De hecho, son momentos que guardamos, atesoramos y revivimos mentalmente cada que podemos, aunque al correr de los años se van casi borrando inconscientemente del disco duro de nuestra memoria, hasta que quedan solamente unos cuantos, quizás los que debieron ser más independientemente que correspondan a uno de esos eventos que llamamos o no “especiales”.

Otros, los que no se alcanzaron a borrar del todo, se mantienen en el inconsciente, como dice Serrat, atrás de un rincón o de un cajón, para tomarnos por sorpresa como cuando encontramos alguna de esas pequeñas cosas que asociamos con ellos.

¿Pero qué de aquellos otros momentos, aquellos que permanecen imborrables, intactos al pasar de los años y los seguimos manteniendo vivos a través del recuerdo, momentos que no pertenecían a uno de esos momentos que se supone debemos recordar, pero que sí se quedaron perennemente en nuestro ser?

Son esos que representan experiencias que de alguna manera nos abrazan y nos alimentan cada vez que los repasamos en nuestra mente; aquellos que precisamente nos gusta recordar y daríamos cualquier cosa por revivir.

¿Quién no tiene de esos recuerdos y se alimenta espiritualmente de ellos?…

Me parece que la diferencia está en haberlos vivido en conciencia; el haber estado en ese momento en el baile y en el balcón a la vez, disfrutando al 100 y atesorándolos para el resto de nuestra vida. En uno de sus cuentos (el buscador) Jorge Bucay señala la importancia de vivir cada instante en conciencia y en el máximo gozo y nos dice que, para él, éste es el único tiempo vivido.

Me parece que no está lejos de la realidad. Lo que ocurre es que no es nada fácil lograr esa atención dividida que se requiere para estar en el baile y en el balcón.

Cuando realmente lo hacemos y lo vivimos en conciencia de sí, es como si tuviésemos una cámara que nos permite filmar desde el balcón lo que estamos viviendo en el baile, logrando así la sensibilidad que nos permita darle al momento la importancia no sólo a lo que estamos sintiendo nosotros, sino a lo que está sintiendo quien comparte ese momento con nosotros, logrando captar para siempre todo a la vez: el momento, nuestra emoción por vivirlo y la de quien conscientemente lo comparte en complicidad con nosotros, para que no importando cuánto tiempo pase, se pueda no sólo recordar, sino seguir compartiendo ese tesoro.

Me parece que esto es precisamente lo que debemos coleccionar, de modo que de alguna manera debemos dar a las cosas materiales su real valor y no más.

Sólo así podremos erradicar esa gran herejía de nuestro tiempo, convirtiendo el yo en nosotros y atesorando no cosas, sino lo que realmente vale la pena atesorar: aquello que muchas veces añoramos y quisiéramos volver a vivir, a sabiendas de que son únicos e irrepetibles… “encuentros”.

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14 comments to “Encuentros”

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